Su casa estaba construida en la misma orilla del río Claro. Desde ella, se ofrecía una panorámica exclusiva para presenciar lo que allí sucedía.
Hombre de rutina, cada mañana puntual, riguroso y meticuloso, preparaba el desayuno, abría la ventana y se sentaba a observar la vida de las personas. Desde su casita de madera, atalaya del río, miraba las barcas llenas de gente que con el buen tiempo se acercaban a navegar. Familias en celebraciones, parejas enamoradas, deportistas intrépidos, pandillas de amigos y algún pescador solitario en la orillas, llenaban el cauce de jolgorio, risas y entusiasmo.
Sentía el desazón y tristeza por lo que le ocurría… a veces se imaginaba haciendo como ellos, se veía convertido en capitán de su barca, remando hacia el horizonte, esquivando peligros y superando obstáculos. Pero la vida parecía tan cómoda desde su ventana, que para él sólo era un sueño.
Un día soleado, hastiado de contemplar e imaginarse toda su vida desde esa silla, un estremecimiento recorrió su cuerpo y se preguntó: «¿Es esto vivir?»
Con valor, apoyó su pie en la silla y… ¡Saltó por la ventana!
Decidido se dirigió al río, se lanzó vestido y una vez sumergido salió a flote con brazadas vigorosas. Confundido y temeroso de ahogarse, nadó hacia una barca vacía. Subió a ella, notando el palpito de su corazón y lleno de dudas fue recuperando la respiración.
«¿Y ahora qué?» Se preguntó.
Con voz segura y valiente de si mismo, dijo: «Ahora no hay vuelta atrás, solo un volver a comenzar». Convencido, agarró con fuerza el remo de su barca e impuso un nuevo rumbo a su vida.
*Mantener una actitud contemplativa de la vida esperando que las cosas que no te gustan desaparezcan, conlleva a postergar momentos de felicidad y bienestar. A veces, lo único que necesitas es valor y confianza sólo en el siguiente paso. Eso nos enseña el protagonista de esta historia.Un fuerte abrazo,
Miguel